Era verano cuando el padre Sol repartió los colores al mundo. Así la hierba se volvió verde, las rosas rojas y el cielo azul, el diente de león se puso amarillo y la ardilla tomó el color pardo.
Todos se alegraron. Pero cuando se terminó el año y empezó a caer la nieve, ésta no tenía ningún color, se habían olvidado de ella. Fue entonces a preguntar al padre Sol:
-¿Debo pasar por el mundo sin que nadie me vea?
Se decidió que no había más remedio que buscar por el mundo a alguien que tuviera la bondad de compartir con ella su color.
La nieve anduvo y anduvo, llevada por el viento. Primero encontró a la rosa, y pensó que sería un color muy noble para vestirse con él.
-Querida rosa roja, ¿quieres compartir tu color con alguien que no tiene ninguno y a quien nadie puede ver?.
-Fría nieve, no te acerques demasiado- dijo la rosa, y sacó sus espinas-. Nunca te daré mi color, tú que hielas mi capullo y mis hojas.
La pobre nieve tuvo que marcharse como llegó. Siguiendo su camino se encontró con un prado donde había algunos dientes de león.
-¿No queréis compartir un poco de vuestro color con alguien que no tiene ninguno y a quien nadie puede ver?
-Somos tan amarillas porque lo necesitamos. No nos sobra color. Habrías de estar contenta de que a pesar de tus frías y terribles garras nadie te pueda ver.
Nuevamente tuvo que marcharse. Poco después de encontró con unas campánulas azules en una pendiente.
-¿No queréis compartir un poco de vuestro color con alguien que no tiene ninguno y a quien nadie puede ver?.- les preguntó la nieve. Pero cuando las campánulas se dieron cuenta de que era la nieve, tuvieron miedo y se escondieron entre la hierba. Así, la nieve comprendió que ellas tampoco tenían un poco de color para ella.
Continuó su camino de flor en flor, pero en todas partes recibía la misma respuesta. Preguntó a la piedra, a la hierba, a los árboles y a las nubes, a los hombres y a los animales. Nadie quiso compartir su color con ella. Finalmente ya había preguntado a cada una de las cosas del mundo y tan sólo le quedaba por preguntar a una florecita blanca.
-Tú eres la última a quien puedo preguntar, pero no creo que puedas compartir tu color con alguien que está tan fría como yo.- Pero la florecilla no respondió como los demás.
-Si te gusta el color blanco hay una buena solución- dijo ella- pues la creación sería muy mala si nadie tuviera corazón para compartir contigo su color.
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Dicho esto, cogió un poco del color blanco de su flor y se lo entregó a la nieve. Así, la nieve recibió el color más puro y claro de todas las criaturas. Entonces le dijo la nieve a la flor:
-Tú, vas a ser la primera flor de la primavera, y aunque crezcas aunque todavía haya nieve, yo nunca te haré daño.
Esta flor es la campanilla blanca.
Cuento extraido del blog Creciendo en Familia
Este cuento se puede contar durante la segunda semana de Adviento, durante el Reino Vegetal, y por supuesto, durante la época de invierno.
Photo by Presian Nedyalkov on Unsplash
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