Hace mucho tiempo, cuando la gente aún no conocía el fuego, principalmente en la noche sufría de frío. En aquellos tiempos un soberano y amigo de la gente era el coyote. Era muy listo y se entendía con la gente, así que un día decidió que iría en busca del fuego y que se lo traería a la gente.
- Voy a cazar - dijo a los animales, y se fue a una lejana región del este, donde vivía el Sol.
Peregrinó durante mucho tiempo antes de que finalmente pudiera encontrar el fuego. Lo custodiaban dos ancianas, que no conocían el cansancio y nunca cerraron sus ojos.
- Viejecitas, tengo mucho frío- se quejó el coyote -, permítanme acercarme el fuego para calentarme; estaré acostado en silencio y cuando me caliente un poco, continuaré mi camino- les prometió.
Las ancianas lo dejaron entrar en su choza. El coyote se acostó cerca del fuego, colocó su hocico entre las patas delanteras y pensó que harían en adelante. El cansancio lo había vencido, pero cerró solo un ojo y con el otro observaba lo que pasaba en la choza y si encontraría el momento en que pudiera tomar un poco de fuego. La ancianas, sin embargo, estaban sentadas juntas en silencio y no se movían del fuego. El coyote no pudo acercarse ni a un carboncito. Esperó en vano que las ancianas se durmieran, así que al final se salió sin nada. Agradeció a las ancianas su hospitalidad y se retiró, pero para entonces ya tenía un plan.
Corrió entre las montañas hasta que se encontró con el hombre.
- Hola, buen hombre- lo llamó-, ven conmigo y haz lo que te voy a decir. Verás que lograremos traer el fuego a la gente.
El sorprendido hombre siguió al coyote. Frente a la choza de las ancianas se detuvo y el coyote entró. De nuevo pidió que le permitiesencalentarse. Ahora las ancianas ya no titubearon, pues reconocieron al coyote e inmediatamente le permitieron acercarse al fuego. El coyote se acostó, otra vez escondió el hocico entre sus patas y se calentó. Al rato, el hombre entró también.
- Estoy completamente helado, tiemblo de frío. Permítanme calentarme un rato junto al fuego- pidió a las ancianas pero estás ni siquiera quisieron oírlo.
El Hombre rogó y suplicó en vano. Lo echaron de la choza. Mientras las ancianas discutían con el hombre, el coyote saltó, tomo el fuego una ardiente rama y salió de la choza lo más rápido que pudo. Pero el aire lo delató, se llevó un par de chispas y enseñó a las ancianas el camino que había tomado el coyote. Las ancianas corrieron inmediatamente detrás de él y ya casi lo alcanzaban. En ese momento, el puma llegó en auxilio del Coyote, agarró el fuego y corrió tanto que hasta se levantaba el polvo. Aunque tenía muchas fuerzas, las ancianas pronto lo alcanzaron y una ya estiraba su mano para quitarle el fuego. En ese instante de los arbustos saltó un ciervo, tomó el fuego del puma y corrió lo más que pudo. Así los animales se alinearon uno tras otro y cada uno se esforzaba por entregar el fuego al siguiente.
La última fue la rana. Saltaba lo más que podía, pero las ancianas ya le pisaban los talones. En el momento en que la rana saltó al agua, llevando el fuego en su hocico, una de las ancianas lo agarró por su larga cola.
-¿Ya ves?, ya te tengo- gritó la vieja. Pero como le iban a ganar a la rana, esta dio un jalón con toda su fuerza y a la anciana al final le quedó en la mano solo la larga cola.
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Desde entonces la rana no tiene cola y muestra una ancha boca, porque en ella traía el fuego. Cuando la rana ya no podía nadar más, escondió el fuego en un tronco podrido cercano a la orilla. Y desde esos tiempos el fuego siempre se esconde en la madera. Y allí abunda. Cuando la gente lo busca en la madera, inmediatamente se presenta. ¿Cómo? Los inidios frotan los leños tan ráido y fuertemente que cuando el fuego los oye, sale de su escondite de la madera y reparte luz y calor a la gente.
Cuento del México Antiguo.
Nota: Dentro de la mitología maya, las ranas y los sapos se usan como símbolos del agua y de la lluvia, no sólo en el área maya, sino en toda Mesoamérica. Dentro de la cultura mexica estaban asociados al dios Tlalok. En los templos se encuentran portando máscaras con la cara de este dios. Si visitan Tenochtitlan, busquen el Altar de las Ranas, y así otros muchos ejemplos. En la época colonial temprana asi como en la etnografía actual se les considera los voceros de los dioses pluviales que anuncian las lluvias con su canto.
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